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El asesino del ajedrez es un libro escrito casi por engargo. Esas promesas de gente que no cumple y te pide que escribas algo para una editorial que come de su mano. Se abrió camino porque fue escrita con la ilusión del que todavía cree en las promesas.
Cuidé su entorno con mimo, casi con devoción; imaginé unos personajes que vivieron conmigo como si fuesen parte de mi ser y me hice amiga de ellos. Los quise desde el principio, sobre todo a Silvana, con la que me identificaba a ratos, pero también con Ramona, por aquello del odio que tiene al mito de la maternidad.
Luego estaba la trama. No quería escribir una novela policiaca al uso, un muerto, un culpable, un policía bueno, uno malo... No me gusta. Tampoco soy amante del negro siniestro que refleja el desencanto de la falta de esperanza porque como todo esta podrido, nos está bien empleado lo que nos pasa. Me recuerda a los antipsiquiatras que decían que lo normal es estar locos en una sociedad como la nuestra. Tampoco es eso, que las cosas son como son y muchos estamos aquí sobreviviendo como podemos.
Con El asesino en Sant Jordi
Pululaba por mi mente jugando una partida de ajedrez en el ordenador, "cuando de repente, detrás de ese árbol, se aparece él..." ¡Ay no!, que ese es el comienzo de la Balada para un loco. No. Lo que pasó de repente es que vi muertas a las piezas que me comía, las vi apuñaladas por un sádico que sonreía al fondo de la pantalla y entonces me puse a escribir. Sin freno y sin medida, como una poseida.
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El resultado se dejó ver en tres meses de vértigo y es la novela que menos he tenido que corregir. Salió perfecta desde el principio, apenas esos pequeños gazapors tipográficos de teclear, que tenemos todos. Y salió a la calle, es decir, a su destino, ese que me prometieron y no se cumplió.
Al final, como sus predecesoras, recaló en Amazon. Ahí sí tuvo buena acogida y entonces le salieron novios interesados que querían un contrato sin adelanto y con exclusiva. Pero yo ya no necesitaba autoafirmación, ya tenía tranquilo mi ego y no caí en la trampa.
Recuerdo que cuando recibí los primeros mensajes pidiéndome la segunda novela, no daba crédito a lo que leía y contestaba que no había segundas partes. Que ya tenía una serie y que esta era sola. Pero no se queraron conformes y valoré la idea de hacer una saga. Esa idea ha muerto, porque Ramona nació en un entorno que ya no existe. En una época de mi vida que ha quedado en el pasado, y Ramona se cierra allí, donde nació. Para saga ya está la otra que algún día seguirá en Madrid. Ahora me veo con fuerza para hacerlo, antes hubiera sido impensable.
Fue traducida al catalán y así está a disposición del que la quiera, en dos idiomas, en formato digital y papel en Amazon.

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