martes, 19 de mayo de 2015

19 de mayo

Mi primera enemiga
Tal día como hoy del año 1984, hice mi entrada (de todo menos triunfal) en La Laguna, Tenerife. Eran las cuatro de la madrugada y el frío se metía en los huesos; yo, ingenua de mí, había regalado chaquetas y todo lo que de abrigo tenía porque en Canarias no hacía frío. ¡Si llega a hacer! Los estereotipos se rieron de mí una vez más.

El taxista me dejó a las puertas de una pensión con dos enormes maletas que eran todo mi patrimonio. Como pude las subí; entonces estaba cachas, y no como ahora. Me abrió la somnolienta patrona, con la que había hablado por teléfono para reservar la habitación y me condujo a ella desapareciendo a toda velocidad, no sin antes indicarme la puerta del cuarto de baño.
Hotel Aguere (el ísimo)

Había pedido una habitación individual, pero en el lote entraban enormes cucarachas canarias que no son como las godas, no. ¡Volaban! Mi terror solo era comparable con mi soledad y pasé la noche acuclillada en la cama, tapada con la sábana a modo de burca, contando las horas que faltaban para el amancecer.

Lo primero que hice fue buscar otro alojamiento para mí sola y lo encontré en un hotel monísimo pero con el ísimo de caro. No era plan, así que comenzó mi afanosa búsqueda que terminó en una casa con derecho a cocina regida por doña Candelita, una señora que tendría unos ochenta años, pero no lo sabía porque no tenía carné de identidad  ni posibilidades de obtenerlo porque no había sido inscrita en el registro en su día. A los pocos días le di la bienvenida al mundo con una inscripción fuera de plazo y un flamante carné, que para eso los hacía yo.
Esta pudo ser mi habitación

De nuevo escaleras arriba con mis maletas, una máquina de escribir dentro de una de ellas y una sensación de provisionalidad que me acompañó muchos meses. Me conformé y enfundada en mi chandal comencé a caminar buscando el mar. Los que me conocen ahora les costará trabajo creer que recorrí los diez kilómetros a paso ligero hasta divisarlo a lo lejos, tan lejos, que ni llegué a tocarlo. Menos mal que un autobús me devolvería a mi destino, eso sí, con un hambre que no había conocido en mi vida. Mis cuarenta y cinco kilos (quién los pillara), agradecieron el plato de potaje canario que le suministré.

Plaza de El cristo, ladrona de agua.
Allí pasaban cosas insólitas en esos años. Un día me levanto y del grifo no salía ni gota de agua. Llaamo a la compañía y me dicen que es normal, que son las fiestas del Cristo y la necesitan para la fuente.


Al fin encontré un apartamento precioso en Bajamar, junto a mi ansiado mar y desde el que divisaba la isla de La Palma, pero eso es otra historia que conteré otro día, porque después, este 19 de mayo se convirtió en días de celebraciónes que han quedado atras, pero ya sin tristeza porque veo en el horizonte, que algún día, volverán a serlo.

6 comentarios:

  1. Tus relatos son tan naturales y sinceros que te transportan al momento y a la acción como si la estuvieras viviendo. ¿De esa doña Candelita, adoptaste el nombre para tu Candela?

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    1. No, María. El nombre viene de la hija de una sobrina mía, pero es que siempre me gustó.
      Es fácil escribir las cosas cuando las has vivido. Esto tampoco se lo llevó el viento.

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  2. Me encanta tu relato. Me gustaría saber más de esta historia, no te apetece escribir sobre tu propia vida?

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    1. Es lo que hago, Almudena. No soy nadie para criticar libros, ni siquiera me siento capaz de hacer reseñas. Tengo este blog para que me conozcáis los que queráis hacerlo. Voy contando anécdotas de mi ajetreada vida y tengo muchas. Tranquila, seguiré una temporada con Canarias, la cosa da mucho de sí.
      Gracias por seguirme.

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  3. maravilloso estar aqui en tu blog con tus letras

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    1. Te agradezco que pases por aquí. Ya ves que es una especie de diario público sin más pretensiones que acercarme a los lectores.

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